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Ni una gota de optimismo

¿Es el tamaño realmente importante?

Ayer estuve en un concierto de esos de versiones. Yo los prefiero. Suelen ser cuatro gañanes sin ningún tipo de afán creativo pero con un talento relativo a la hora de manejar los instrumentos y, con suerte, también a la hora de cantar. De nuevo el grupo me nego interpretar a Franz Ferdinanz, pero a cambio todos disfrutamos de un mediocremente satisfactorio evento musical con un ciego rayano en lo excesivo.

 

Tras el concierto, y dados los 50 grados Celsius que imperaban en el bar, decidimos seguir cociendonos vivos disfrutando esta vez de los delirios etilicos de cada uno. Nos pusimos en grupitos por afinidad y a mi me toco con Pepe, mi neoamigo bailaor de capoira. Allí estábamos hablando cuando le señalé a Pepe un amigo mío que estaba siendo disputado por dos atractivas féminas (siempre me ha parecido patética esa típica escena del sábado noche de un tío metiendo fichas y pagando cubatas, pero ver a dos tías compitiendo por un mismo hombre es mucho más patético, que duda cabe). Pepe abrió los ojos desafiando a su ebriedad y se me quedó mirando: “¿el enano?”. Yo le conteste que no se pasara que el chico, aunque bajito, era amigo mío. Pepe volvió a mirarle y me repitió: “¿el enano?”. Yo entiendo a Pepe y tiene razón. Es una verdadera pena.

 

La culpa es de la sociedad del bienestar y la pirámide de Maslow. Hasta hace pocos siglos el estado no proveía de seguridad a las personas y las mujeres, desvalidas e indefensas ante los peligros de la vida dada su carencia de cromosoma ygriega, acudían a hombres fornidos y varoniles que las protegieran. Eran buenos tiempos donde no era necesario mentir para conseguir sexo, bastaba con ser un hombre de verdad (o tener dinero). Ahora no. Ahora los hombres para querer ser disputados han de depilarse las cejas, no tener entradas, vestir como un jipi, llevar una camiseta pop y no sentirse avergonzado de reconocer que en ocasiones llora (o tener dinero). Los hombres rudos como Pepe y yo, capaces de bebernos una jarra de cerveza de trago, de tumbar a una persona de un solo puñetazo, de sacrificar a nuestro perro enfermo nosotros mismos sin derramar una miserable lágrima, de apagar un cigarrillo con nuestro ano… ya no estamos de moda.

 

Desafiar las leyes naturales con nuevas construcciones culturales basadas en ideas estúpidas como la igualdad de género o el metrosexualismo demuestran que la sociedad actual esta perdiendo los valores que definieron su grandeza en un tiempo glorioso ya pasado. Es nuestro deber luchar por el retorno de la supremacía del hombre blanco y evitar la degeneración de la raza resultante del esperma perfumado de hombres pequeños.

 

A pesar de los pesares Pepe mojó un par de horas más tarde con una mujer lo suficientemente ebria como para tener buen criterio (o no tener en absoluto). Cumplida la misión desaparecí subrepticiamente como Lucky Luck al final de un capítulo con final feliz…

 

I’m a poor lonesome cowboy, and a long way from home...

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