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Ni una gota de optimismo

¿Por qué las mujeres prefieren la ser y los hombres la Cope?

El sábado nos juntamos en casa cuatro parejas (no, no me estoy volviendo un treintañero de esos con pareja que solo queda con su pareja y otras parejas, es que eramos cuatro tíos y cuatro tías sin necesidad de mantener relaciones sexuales unos con otros). Fue una noche de esas a las que suelen ponerse varias etiquetas tipo “a la francesa”, “ me estoy haciendo mayor” o “empiezo a no tener pasta”… vamos, que nos quedamos y nos pillamos el ciego en casa y luego de salir, chispúm.

No era esta nuestra intención. Yo quería salir, pero salir de verdad. Estoy harto de esa manía que están desarrollando ahora mis amigos de salir “a hablar”. Yo sigo queriendo salir a emborracharme lo antes posible, bailar como un loco, sudar como un cerdo y volver a casa sin afán de echarle un polvo a nadie con el líbido disuelto en litros y litros de alcohol. Mi amiga Verónica, ninfa juvenil con cuerpo púber y mirada de riojana desafiante que asegura estar atravesando una segunda adolescencia me apremiaba en este ánimo… pero acabamos quedándonos en casa jugando al trivial ciegos como ratas apoltronadas en sofases…

Y allí se produjo.

Jugamos al trivial en versión “género”, es decir, chicos contra chicas. No hablaré de la paliza transversal que les pegamos los tres historiadores a las dos ingenieras + una historiadora, ni de la humillante ignorancia que demostraron las tres féminas en cuestión de cultura general que no sea resolver un problema de puntas abiertas. De lo que si voy a hablar es de la curiosa diferencia que estriba en la reflexión y acuerdo de hombres por un lado y de mujeres por otro.

Porque los hombres somos como los locutores de la Cope. Recibimos la pregunta y nos mesamos la barbilla (peluda o no), reflexionamos, y tras oír las sugerencias de nuestros compañeros aventuramos la nuestra. Debatimos amablemente y con educación sobre la más conveniente y plausible y, cuando tenemos decidida por unanimidad cual va a ser la respuesta los portadores de las respuestas no elegidas inclinan su copa hacia el portavoz del grupo que será aquel de nosotros cuya respuesta ha resultado la elegida. En caso de ser confirmada por la tarjeta el portavoz del grupo queda en silencio aceptando el caluroso y caballeresco reconocimiento de sus Partners; caso de errar, los compañeros siguen sosteniendo que su respuesta parecía la más competente y siempre cae alguna que otra palmadita en la espalda.

Porque las mujeres son como los todólogos de la Ser. Reciben la pregunta y saltan de la silla haciendo grandes aspavientos todas a la vez gritando cada una lo primero que se les ha pasado por la cabeza por muy ridículo que pueda parecerles incluso a ellas mismas. A modo de argumento con el que competir cada una con su respuesta luchan por ver quien grita más y se impone a las compañeras. Al final, cuando una se ha puesto lo suficientemente histérica como para que las demás renuncien solo para que la gritona no se lo tome como una cuestión personal, se ha decidido la respuesta. Las perdedoras bajan la mirada y la ganadora repite jactanciosa la respuesta al portador de la tarjeta. En caso de coincidir con la de la tarjeta se oye un “¡Já! Lo sabía”, en caso contrario lo normal es que comience a quejarse de que la tarjeta esta mal o que el juego está desfasado mientras sus compañeras por lo bajinis comentan un cansino “ya, ya…”.

 

Conclusión: palizón al trivial.

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